Cultura inquieta
Estos días he vuelto a tener miedo y digo
tener miedo, porque cuando viene, se apodera de mí. No hablo de sentir miedo,
hablo de tenerlo, es importante esta idea de posesión que me invade en las noches
de soledad infundada. El miedo siempre llega por la noche, cuando no hay luz, y no puedo
ver con claridad. Llega y mi recuerda quién soy: una mujer vulnerable, sensitiva,
emocional, intensa… Y me atenta, me invade casi… Y durante ese tiempo, solo él
me habita; me introduce en su cruel laberinto de incertidumbres, de suposiciones,
de sinrazón; y se ramifica, y pretende hundir sus raíces en mi alma, en mi
corazón. Es tremendamente doloroso.
PERO, ¡pero!, mi corazón está habitado de amor. Y esas raíces no hallan suficiente abono en él; en mi corazón está MI HIJO; a él le debo esta palabra: AMOR. En mi corazón está mi familia, y estoy yo: una mujer valiente, íntegra, madre… Y el día vuelve a despuntar, y vuelvo a ponerme en pie. Y mi niño se despierta en mi regazo; y mis alumnos me esperan en el aula, y tal vez podamos hablar de la VIDA; y mi amiga me escribe y me confía cómo está su alma; y mi madre me está esperando cuando volvemos, M. y yo, JUNTOS del colegio.
M. necesita mis abrazos; muchas veces interrumpe cualquier
actividad para venir a mí con los brazos abiertos, incluso si estamos pegados, necesita
alejarse un poquito y tomar carrerilla para que ese abrazo todavía tenga
más fuerza. También, de repente, me dice TE QUIERO, y el mundo se abre a mis
pies.
Y esta es la LUZ que entra
por mi ventana cada despertar.
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