A mi mitad.
"Abre tus ojos verdes, Marta,
que quiero oír el mar"
José Hierro
Muchacha en la ventana
Salvador Dalí
Abril le debe mucho a mi mitad. Es más bonito porque ella existe. Tiene más vida y huele mejor. Llegó casi al final, entre la lluvia ágil y las flores últimas de una primavera por turnos.
"Abre tus ojos verdes, Marta,
que quiero oír el mar"
José Hierro
Muchacha en la ventana
Salvador Dalí
Abril le debe mucho a mi mitad. Es más bonito porque ella existe. Tiene más vida y huele mejor. Llegó casi al final, entre la lluvia ágil y las flores últimas de una primavera por turnos.
Ella, sin embargo, no sabía de estas cosas.
No sabía que la magia existe, y por eso se escondía entre las baldosas frías y monótonas de su cárcel de bromuro. Ajena a púberes enfermedades, más ella que ninguno de muchos, emitía en silencio continuos aullidos de madrugada que rasgaban la suave tela de su espalda. Y se escapó. Ella siempre cuenta que se escapó y no sabía encontrar el sendero de vuelta. Torpe, repasaba las huellas de unos héroes desdibujados, que, como ella, también buscaban un horizonte que todavía no había amanecido.
Poco a poco fue tejiendo una maraňa de desvelos en los que se vio inconscientemente atrapada. No lo intuía, pero su teleraňa era frágil; finalmente se compadecería de ella y la dejaría marchar. Inocente y desorientada salió. Ella no lo sabía, pero salió. Había ganado.
Yo le repito con frecuencia que es LIBRE, como los pocos sabios que en el mundo han sido. Y muy hermosa.
Su verdadera vocación siempre ha sido cuidarme, protegerme de los fantasmas en las gélidas noches de invierno en las que ni siquiera el silencio es compaňía. No lo ha podido hacer mejor.
Muchas veces la observo mirando desde su ventana el sendero de sus sueños. Y su rostro es el mar. Y su voz es mi hogar.