“Recuerda que cuando un hombre sale de una habitación, se lo deja todo en ella –le ha dicho su amiga Marie Mendelson-. Cuando sale una mujer, se lleva todo lo que ha ocurrido allí”. Alice Munro.
El título era “Julieta”, la última de Almodóvar. He ido al cine con expectativas, y sola, como a mí me gusta. Yo no tengo más que mi criterio, mi humilde criterio, para afirmar que me ha gustado mucho, a pesar de lo que dicen las consagradas y petulantes críticas. Intuía que era el Almodóvar que andaba buscando y que se me quedó en Volver.
“Julieta” es la historia de un silencio, título original que el director decidió cambiar a unos meses del estreno porque coincidía con otro film de Scorsese – aun así, hubiese preferido silencio-. Julieta es también la historia de una espera, y de la soledad. Concavidades en las que todos nos hemos visto atrapados en algún momento de nuestras vidas y de las que nunca se sale indemne.
Desde el primer fotograma de la película, te sabes en el universo Almodóvar; no creo que muchos directores de cine hayan consagrado un sello tan personal que permita al espectador identificar en cualquiera de sus planos “con quién se está jugando los cuartos”. A pesar de esto, lo he encontrado renovado; kitsch, pero más fresco. E intenso, casi siempre; cuando menos, el guión.
Nada resulta baladí en sus largos, ni siquiera una postal de felicitaciones o un brindis descuidado. Con una banda sonora rotunda, muy de el deseo, y la belleza narrativa de sus planos, ha habido momentos en los que me he descubierto apretando mis brazos contra la butaca y con la necesidad de respirar hondo.
Vayan al cine. Marca España.
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